El simbolismo del Mandala desde el inconsciente
- Maribel Ortega
- 11 may 2019
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Carl G. Jung escribió:
"Como ya se ha mencionado, he reunido, de una serie de cuatrocientos sueños relacionados entre sí, todos los que considero sueños mándala. Se ha elegido el término «mándala» porque esta voz define el círculo ritual o mágico que se usa particularmente en el lamaísmo y después también en el yoga tántrico como yantra, como instrumento de la contemplación. En su uso del culto, los mándalas orientales son figuras establecidas tradicionalmente que no sólo se pintan o dibujan, sino que reciben también forma corporal y, ciertamente, en fiestas especiales.
En 1938 tuve la ocasión de hablar sobre el mándala (khilkor) en el convento de Bhutia Busty con un rimpotche lamaísta llamado Lingdam Gomchen. Lo explicó como un dmispa (pronunciado migpa), una imaginación mental (imago mentalis) que sólo puede ser obtenido mediante la imaginación de un lama instruido. Según dijo, ningún mándala era como los demás, son individualmente diferentes. Dijo también que los mándalas que se ven en conventos y templos no tienen significación alguna especial, pues son únicamente representaciones exteriores. El mándala auténtico —siguió informándome— es siempre una imagen interior que sólo se construye gradualmente por medio de la imaginación (activa), y sólo cuando existe una perturbación del equilibrio anímico o no se puede encontrar un pensamiento y por ello ha de ser buscado, al no estar contenido en la doctrina sagrada.
En el curso de mis ulteriores exposiciones, se demostrará cuán acertada es esta explicación. La conformación en apariencia libre e individual se ha de comprender mucho cum grano salis, al predominar en todos los mándalas lamaístas no sólo un cierto estilo inequívoco, sino también una estructura tradicional. Por ejemplo, es siempre un sistema cuaternario, una quadratura circuli, cuyos contenidos proceden siempre de la dogmática lamaísta. Existen textos como el Shri-Chakra-Sambhara-Tantra que contiene instrucciones para la producción de la «imagen mental». Del khilkor se separa rígidamente el sidpekorlo, la rueda del mundo, que, según la idea budista, representa el curso de la forma de la existencia humana. En oposición al khilkor, la rueda del mundo está formada por un sistema ternario, al encontrarse en el centro de los tres principios del mundo, concretamente el gallo, equivalente del placer; la serpiente, igual al odio o la envidia; y el cerdo, símbolo de la ignorancia y el inconsciente, respectivamente (avidya).
Tropezamos aquí con el dilema del tres y el cuatro, que también desempeña un papel en el budismo. Aún nos encontraremos con este problema en el ulterior transcurso de la serie onírica. Para mí está fuera de toda duda que, en Oriente, estos símbolos han surgido originariamente de sueños y visiones y que no han sido inventados por ningún padre de la Iglesia mahayana. Al contrario, pertenecen al campo de los símbolos más antiguos de la Humanidad y quizá se tropiece con ellos ya en el Paleolítico.
También están extendidos por el mundo entero, sobre lo cual no quiero seguir insistiendo aquí. En esta parte, quisiera, simplemente, mostrar, con ayuda de material empírico, cómo tienen lugar los sueños mándala. En su uso de culto, los mándalas revisten gran importancia, al contener su centro, por lo general, una figura de valor religioso máximo: o el propio Shiva, frecuentemente abrazado con Shatki, o Buda, Amitaba, Avalokiteshvara o uno de los grandes maestros mahayana o también, simplemente, Dorje, el símbolo de todas las fuerzas divinas, reunidas, de naturaleza destructora y creadora. El texto de la Floración áurea, que procede del sincretismo taoísta, indica aún propiedades «alquimistas» especiales de este centro en el sentido de las cualidades de lapis y del elixir vitae; por tanto un φαρμακον αθανασίας. No carece de importancia el conocimiento de esta alta valoración, pues concuerda con el significado central de los símbolos individuales del mándala, los cuales poseen las mismas cualidades de naturaleza «metafísica» por decirlo así; si todas las apariencias no engañan, significan un centro-psíquico de la personalidad, no idéntico con el «yo». He observado estos procesos e imágenes durante veinte años, utilizando un material empírico relativamente grande.
Durante catorce años no he escrito nada ni he dado conferencia alguna relacionada con esto para no prejuzgar mis observaciones. Pero cuando Richard Wilhelm me presentó, en 1929, el texto de la Floración áurea, tomé la decisión de publicar los resultados de mis observaciones, al menos someramente. No se puede ser jamás suficientemente prudente en cosas de este tipo, pues el afán de imitación por un lado y una avaricia realmente enfermiza por otro, tendente a adueñarse de la pluma de otros y adornarse así exóticamente, induce a demasiadas personas a coger tales motivos «mágicos» y utilizarlos exteriormente como un ungüento. Al fin y al cabo, se hace todo, incluso lo más absurdo, para escapar de la propia alma. Se practica yoga indio de cualquier observancia, se observan mandamientos sobre la comida, se aprende teosofía de memoria, se recitan textos místicos de la literatura mundial entera: todo ello porque no se ha encontrado el hombre a sí mismo y carece de toda fe de que podría llegar de su propia alma algo útil en algún aspecto.
Así, el alma se ha ido convirtiendo poco a poco en ese Nazaret del que no puede llegar nada bueno, y por ello, se busca en los cuatro puntos cardinales: cuanto más lejos y más peregrino, tanto mejor. No quisiera perturbar en modo alguno a tales gentes en sus ocupaciones preferidas; pero si alguien que pretenda ser tomado en serio está asimismo cegado y opina que empleo métodos y doctrina del yoga, que a lo mejor hago dibujar mándalas, para llevar a mis pacientes al «punto exacto», tengo que protestar en tal caso y reprochar a estas personas una cosa: que leen mis escritos con una ligereza realmente punible.
La teoría según la cual todos los malos pensamientos proceden del corazón y que el alma humana es el recipiente de todas las maldades tiene que estar profundísimamente introducida dentro de estas personas. Si fuera así, bien triste sería la Creación divina, y realmente sería ya más que tiempo de volvernos hacia Markion, el gnóstico, y despedir al incapaz demiurgo. Ciertamente, desde el punto de vista ético resulta cómodo por encima de toda medida dejar que sea Dios únicamente el que se cuide de tal asilo de idiotas, donde ninguno está en condiciones de llevarse sin ayuda ajena la cuchara a la boca.
Vale la pena que el ser humano se preocupe de sí mismo y que sepa que tiene un alma que le puede ser útil. Vale la pena observar con paciencia lo que ocurre quietamente en el alma, y ocurre en ella lo más y lo mejor cuando no es reglamentada desde fuera y desde arriba. Lo confieso de buen grado: tengo en tan gran estima lo que acontece en el alma humana que me espantaría perturbar y desfigurar la quieta actividad de la Naturaleza por medio de torpes intromisiones".
Fragmento obtenido de la obra El Simbolismo del Mandala, Carl G. Jung.
MOC
Solaris de Gaia
Mayo, 2019
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